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Los marcadores en los estadios oviedistas

No han sido pocos los artilugios con que ha contado el Real Oviedo en sus feudos para contabilizar los goles de sus partidos

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Cuando el fútbol daba sus primeros pasos, cuando era solo una novedad llegada desde las Islas Británicas y que únicamente entendían unos pocos, cualquier terreno mínimamente amplio y razonablemente llano era válido como escenario.

Durante ese proceso de paulatino arraigo del fútbol en los diversos lugares, si había un balón —conocido entonces como pelotón—, dos equipos diferenciados por sus camisetas y alguien que arbitrase, bastaba con marcar el terreno de juego con unas líneas que lo delimitasen y con colocar unos postes a modo de porterías para que allí se pudiese celebrar un partido. Pero incluso antes de que el nuevo deporte comenzase a adquirir popularidad, se regulase formalmente su práctica y se estableciesen las condiciones que debían tener aquellos primigenios campos, había un elemento que, aun no siendo necesario para la práctica del fútbol, era habitual que estuviese presente: el marcador.

Antes de que la mayoría de los campos de fútbol dispusiesen de gradas, tribunas o casetas, la presencia de un marcador parecía ya algo consustancial a una cancha de balompié.

Así es como en Oviedo, el primer campo estable de la ciudad, el de Llamaquique, pese a su gran precariedad por la irregularidad de su superficie, el evidente desnivel que tenía o la ausencia de cualquier tipo de comodidad tanto para los futbolistas como para el público, contaba con su marcador. Estaba situado junto a una pequeña construcción anexa y no era más que un poste de varios metros de longitud con una tabla clavada en su parte superior donde se mostraba el resultado, que era modificado por un operario que subía por una escalera cada vez que se anotaba un gol.

Pese a que los posteriores campos de Teatinos y de Vetusta (del Deportivo de Oviedo y del Real Stadium respectivamente) presentaban mejores condiciones —sobre todo el primero—, poco cambiaría en cuanto a la simplicidad de los marcadores instalados en dichos recintos. No se entendía que un estadio no tuviese su marcador.

Tendría que llegar la construcción del Stadium de Buenavista para ver un marcador de obra. A imagen y semejanza de otros estadios, se proyectó la construcción de una torre denominada Marathón para que lo albergase. Pese a que la idea inicial era que la torre Marathón de Buenavista estuviese en la grada opuesta a la espectacular tribuna Sánchez del Río, obra sin parangón del ingeniero de quien tomó su nombre, al final se ubicó en un fondo tras una de las porterías. Con once metros de altura y coronada por una bandera, contaba con un reloj bajo el cual se situaban las tablillas con los números que el encargado, conocido como Garrotín, cambiaba a medida que se marcaban los goles. Fue en esta torre en la que surgió la costumbre de denominar el Jorobu al quinto gol que marcaba el conjunto azul y por extensión cualquier equipo, producto del ingenio popular y de la sorna ovetense ante el extraño trazo que tenía el guarismo 5, que hacía que pareciese tener una joroba. La Guerra Civil destruyó el estadio y la torre con el marcador quedó convertida en escombros.

La lenta reconstrucción del estadio culminó con la colocación de un nuevo marcador en otra torre, más alta y esbelta, situada en esta ocasión sí frente a la tribuna principal, que pasaría a conocerse como torre Anís de la Asturiana por ser la publicidad que mostraba, ya que había sido sufragada por los propietarios de dicha marca. En ella se alteró conscientemente el número cinco con una supuesta joroba para continuar con lo que se había convertido en una tradición. Se estrenó el 17 de octubre de 1943 con el primero de los cinco goles que anotó aquella tarde el oviedista Echevarría en la victoria de los locales por seis a uno sobre el Español. Hasta su inauguración se había utilizado un tanteador provisional.

Una vez solventado el problema que podría suponer no estar al tanto del resultado del partido que se estaba presenciando —hay que tener en cuenta que entonces se marcaban muchos más goles que ahora—,  y dado que el fútbol se había convertido en un fenómeno de masas, la necesidad de conocer cómo discurrían los partidos que se celebraban en otros campos iba a provocar que los estadios contasen con un segundo marcador.

Salvo contadas excepciones, todos los encuentros se celebraban los domingos por la tarde a una hora similar, sino a la misma. Únicamente en los años sesenta se empezaría a desgajar uno para ser televisado. En 1954 el periodista Vicente Marco ideó el Carrusel Deportivo en la Cadena SER, un formato novedoso que permitía conocer lo que pasaba en todos los partidos de cada jornada escuchando el citado programa de radio. Pero todavía no existían aparatos de pequeño tamaño, con lo que escuchar desde el propio estadio las conexiones radiofónicas que se hacían en el carrusel era una misión harto complicada.

Ahí fue cuando Rufino Fraile, publicista de la empresa Dardo, trajo a España un sistema que estaba implantado en Argentina. Por ello aquí se llamó marcador simultáneo Dardo. Tenía un mecanismo tan sencillo como efectivo. En la prensa de los domingos se publicaban los partidos que se disputarían por la tarde, asignándoles a cada uno una marca publicitaria (al inicio se utilizaba una letra y se cambió para obtener ingresos). En los estadios el marcador reflejaba las distintas marcas a modo de anuncios, junto a los dos números que mostraban el resultado en ese instante y una flecha, cuyo color indicaba si se estaba jugando la primera parte o la segunda, si el encuentro estaba en el descanso o había concluido, o circunstancias como si había un penalti, una expulsión o incluso una avería telefónica que imposibilitaba ofrecer información. Y es que la empresa Dardo tenía informadores en todos los campos, que llamaban por teléfono a un centro de control ubicado en Madrid cuando se producía alguna incidencia, que era inmediatamente comunicada de nuevo telefónicamente a los distintos campos para que fuese reflejada en el marcador.

Estos marcadores simultáneos comenzaron a aparecer en los campos españoles en la década de los cincuenta del pasado siglo. En Oviedo se colocó en un principio en la misma grada de la torre Anís de la Asturiana y, ante la mala visibilidad que de él se tenía desde algunas zonas del estadio, se terminó ubicando en uno de los fondos, en el mismo que había acogido la torre Marathón. Con el tiempo, la generalización de los aparatos de radio portátiles y la progresiva aparición de los marcadores electrónicos supusieron el fin del marcador simultáneo Dardo.

En Oviedo nada quedaría de la torre Anís de la Asturiana ni del marcador Dardo cuando, con motivo de la disputa del Campeonato del Mundo de 1982, se procedió a la remodelación del Estadio Carlos Tartiere. En realidad nada de lo anterior quedó, pues lo que se hizo, más que una reforma fue construir, si bien en el mismo lugar, un estadio completamente nuevo que sorprendentemente, no solo no contaba con un marcador electrónico como los que empezaban a verse en los estadios de otras sedes mundialistas, sino con ningún tipo de marcador. Ni para reflejar el resultado del partido local ni para conocer los demás.

Como si se hubiese producido un retroceso de más de medio siglo, se tuvo que improvisar colocando uno manual de madera en una de las pequeñas torretas que flanqueaban la tribuna principal, donde el encargado de turno colocaba manualmente las tablillas con los números a medida que se marcaban los goles, bien fuese junto al tablero en el que figuraba pintado REAL OVIEDO, bien junto a aquel en el que rezaba un genérico VISITANTE. Tableros que en los partidos del Campeonato del Mundo se cubrieron con las banderas de los países que se enfrentaban.

La modernización en este aspecto no llegó al estadio carbayón hasta el 15 de septiembre de 1985, cuando con ocasión del encuentro de 2.ª División entre el Real Oviedo y el Castellón se inauguraron dos marcadores electrónicos, colocados uno detrás de cada portería y patrocinados por el Banco Herrero, que se publicitaba en la parte superior. La entidad bancaria ofreció un premio de 50 000 pesetas al futbolista azul que anotase el primer gol aquella tarde, cantidad que no tuvo agraciado al ganar los castellonenses por 0-1.

El siguiente avance tecnológico y último en el Tartiere de Buenavista se produjo a mediados de los años noventa, cuando los marcadores anteriormente mencionados fueron sustituidos por un videomarcador en un fondo y por uno electrónico mucho más pequeño en el otro, que únicamente indicaba el resultado del partido en juego y puntualmente los goles que se marcaban en los demás partidos de la jornada.

En cuanto al nuevo Carlos Tartiere, ubicado en La Ería, iba a superar a su hermano mayor por extraño que parezca, pues estuvo durante su primer año de vida sin disponer de ningún tipo de marcador. Ni tan siquiera de uno manual.

Solo al final de su primera temporada de vida, con motivo de la celebración del encuentro de selecciones absolutas entre España y Bosnia y Herzegovina el 2 de junio de 2001 y únicamente para ese partido, se colocó un videomarcador entre la tribuna este y el fondo sur, el mismo lugar donde se ubicaría más tarde otro adquirido por el Real Oviedo y que tendría una corta vida por la abundancia de averías que sufría y la dificultad que presentaba que la empresa fabricante, ubicada en el extranjero, procediese a su arreglo, lo que pasó a ser el menor de los problemas del Real Oviedo durante la etapa en la que iba a militar alejado del fútbol profesional. En aquellos años dicho espacio iba a alternar el vacío con estar ocupado durante algunos periodos por algún videomarcador con pantallas de pequeño tamaño para la magnitud del estadio.

Con la llegada a la entidad del Grupo Carso, uno mayor pasaría a cubrir el hueco donde se había hecho habitual verlo, que estaría en funcionamiento hasta que durante el pasado verano se instalaron, merced al máximo accionista actual, el Grupo Pachuca, dos grandes videomarcadores en los fondos del estadio. Así es como el nuevo Carlos Tartiere ha tenido que esperar más de veinte años para disponer de unos marcadores adecuados para las condiciones del estadio carbayón.

La fotografía que ilustra este artículo muestra una imagen del marcador simultáneo que funcionó en el estadio Carlos Tartiere de Buenavista desde mediados del siglo XX hasta los pasados años 80.

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